Comentario
De la entrada de don Fray Pedro de la Torre, primer Obispo de esta Provincia, y lo que proveyó S. M.
Muchos días había que se tenía noticia por los indios de abajo, como habían llegado de España ciertos navíos que estaban en la boca del Río de la Plata, cuya nueva se tenía por cierta, puesto que la distancia del camino era grande, mas con mucha facilidad los naturales de aquel río se dan avisos unos a otros por humaredas y fuegos con que se entienden. Y estando Domingo de Irala ausente de la ciudad en este tiempo, de donde había salido, con destino de hacer tablazón y madera para construir un navío de buen porte para enviarle a España, a cuyo efecto llevó dos oficiales y gente necesaria: llegó a la capital una canoa de indios llamados Agaces con aviso de que en la Angostura de aquel río quedaban dos navíos uno grande, y otro pequeño; a cuya noticia salieron algunas personas al reconocimiento de quiénes eran los que venían. Encontráronse 6 leguas de la ciudad, y vieron al Ilustrísimo señor don Fray Pedro de la Torre, a quien como a tal Prelado besaron con mucha humildad las manos. Venía de General por S.M. Martín de Orué, que había ido a la Corte de Procurador de la Provincia, y volvía a costa de S.M. trayendo tres navíos de socorro con armas, municiones y demás menesteras con el nuevo Prelado.
Toda la gente de aquella ciudad recibió de ello mucha alegría, previniendo un solemne recibimiento a su Pastor, el cual llegó a este puerto, y entró en la Asunción el año de 1555, víspera del Domingo de Ramos, con grande regocijo y común aplauso de toda la República: traía el Ilustrísimo cuatro clérigos sacerdotes, y otros diáconos y de menores órdenes, y muchos criados de su casa, la cual venia muy proveída y bien ordenada, porque S.M. le había hecho merced de mandarle dar una ayuda de costa para el viaje, y más de cuatro mil ducados en ornamentos pontificiales, campanas, libros, santorales, y otras cosas necesarias para el culto divino, que todo sirvió de gran ornato y lustre para aquella República. Venían también algunos hidalgos y hombres nobles, que todos fueron bien recibidos y hospedados. El buen Pastor con paternal amor y cariño tomó a chicos y grandes bajo su protección y amparo con sumo contento de ver tan ennoblecida aquella ciudad con tantos caballeros y nobles, de modo que dijo que no debía cosa alguna a la mejor España. Halláronse once clérigos sacerdotes muy honrados: el Padre Miranda, Francisco Homes Paniagua, que después fue Deán de aquella Iglesia, el Padre Fonseca, capellán de S.M., el Bachiller Hernán Carrillo de Mendoza, Padre racionero, que lo era de la ciudad de Toledo, Antonio Escalera, el Padre Martín González, el Licenciado Andrade, y otros de quienes no hago mención, con dos religiosos de San Francisco llamados Fray Francisco de Armenia, y Fray Juan Salazar, y de la Orden de Nuestra Señora de Mercedes otros dos, todos los cuales juntamente con los ciudadanos nobles y caballeros de la República recibieron con la debida solemnidad a su nuevo Obispo, de que luego enviaron a dar aviso al General, que recibió igual gozo, y con él luego partió a la ciudad, donde humildemente se postró a los pies de su Pastor, vertiendo lágrimas de gozo, y recibió su bendición, dando gracias a Nuestra Señora por tan gran merced como todos recibían de su mano con aquel socorro y auxilio. Luego el Capitán Martín de Orué le entregó el pliego que traía cerrado y sellado de S.M., duplicado de otro que por la vía del Brasil se le había despachado con Esteban de Vergara su sobrino, de quien ya se tenía noticia cierta de como venía por tierra, y llegó pocos días después con los mismos despachos, y otros que S.M. y Real Consejo enviaban para el gobierno de esta provincia, como adelante se expresara en los sucesos siguientes.